"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.

jueves, 18 de octubre de 2012

poemas de rogelio ramos signes





Armisticio de las palabras


Espalda con espalda luchamos por el vecindario.
Sin vernos la cara supimos del sufrimiento,
imaginamos las heridas y callamos el dolor.

Acepto que fuimos derrotados una vez más:
             el llanto de los niños es algo que distrae.

Tal vez mañana, cuando entreguemos las armas,
las trincheras ya sean playas de estacionamiento
y un cantante de boleros amenice
concursos de baile al borde de la ruta.
Habrá llegado entonces el tiempo de firmar la paz,
de aceptar
             en reglamentario silencio
que luego de estas líneas vendrán otros naufragios.






 Soneto apócrifo sin banderas




Como una lámpara fluorescente,
tu cuerpo me orienta en la noche
de esta habitación casual
que nos convoca en medio de la fiesta.

Aunque la niebla cubra las trampas
donde puedo caer de puro tolondro,
sé que llegaré a buen puerto
orillando el ecuador de tu espalda.

Resplandeces. Fulguras. Expones
tus señales marinas sin banderas.
Me orientas como un faro

y tiemblas a la espera del que tiembla
-también- como un niño ansioso
en busca de su cotillón.







El desierto de los tártaros




No siempre las palabras
están a la altura de los pensamientos,
ni el temor se condice con las premoniciones.
La casa que ayer nos dijo hasta mañana
tal vez nunca vuelva a cobijarnos.
El abrigo que lucíamos en la ciudad
se volvió tontamente pomposo en estas soledades.
Sólo me resta decir que los fusiles están descargados
            mi coronel
y que las dagas no tienen filo.
Las feroces escuadras enemigas que venían a matarnos
            no lo harán
son simples soldados involuntarios, mi coronel,
asustados
            como nosotros.







Una tarde de invierno en las alturas




El viento helado ponía un velo a las callecitas del pueblo.

Un coro de niños cantaba en la capilla de adobes.

La mujer que nos preparó chocolate
se aburría contando monedas extranjeras.

Una joven pareja de alemanes
quería entender algo, pero no podía.

Siete chicos jugaban a la pelota sin arqueros.

Un camión de Arequipa iba desapareciendo
bajo el polvo volcánico, blanco como harina.

Esa tarde en Susques fui feliz.






El tren se detiene en una estación vacía y




“No te duermas” me digo
             pero igual me duermo.
“Como ya te has dormido -me digo-
             no sueñes”.
Entonces sueño.
Es un sueño con palabras
             que no se dicen.
Es una canción para ver
con cielos de mermelada
y taxis de papel de diario.
Es una música de siempre.
Es un texto prohibido
             por militares analfabetos.
Tengo la cabeza en las nubes
pero las nubes son de diamante
             y me encandilo.
Un mozo de plastilina
con corbata de espejitos
me propone un canje.
“Es un canje muy conveniente
             -me dice-.
Es todo a cambio de nada.”
Tarde descubro que es todo para él
y nada para mí. Entonces lloro.
“No te despiertes”
             me dice el carcelero,
pero ya estoy despierto.



El llorar de los llorares


 Y lloré por algo que yo no entendía.
Y lloré con ella.
Y el viento golpeó la puerta.
Y protesté “¡Qué elemental es el viento!”
Y Dios -que por entonces
              era ayudante de cocina- dijo
“Ya está bien. Acompañar la comida con lágrimas
hincha la panza”.
Y ella dejó de llorar.
Y yo dejé de llorar con ella.






 Gramática




A campo traviesa, a lengua romance
sale el predicado en busca de su complemento.
A tambor batiente, a ritmo sostenido
acomoda la elegancia de sus varios modos.
A todo terreno, a pedir de boca
se esconde en un paréntesis para continuar la frase.
A grandes zancadas, a tiempo completo
busca el género en el número. Persuade. Coquetea.
A razón de más, pero a solo efecto
se da por bien servido y va hacia el punto aparte.






Hablar en femenino




Con la puesta del sol no es el día lo que concluye
es la jornada de trabajo.
Es la manija de tirar la que cierra la puerta,
sea o no sea el picaporte.
Lo masculino del discurso
se desvanece en lo femenino de la palabra.
El asiento es la silla;
el anochecer, la tardecita;
el muro, la pared.
Si sabemos que el llanto está formado por las lágrimas,
que el cariño apela a las caricias
¿a qué tanto discurso tontamente disfrazado?
si los genitales del hombre, a veces,
también tienen nombres femeninos.
No hace falta dar ejemplos
cuando el habla es la lengua.
Si el velador y la lámpara conviven en el mismo oficio,
si el tema y la canción gozan de la misma música,
si el rostro y la cara ocupan idéntico espacio
¿a qué tanta expropiación?
¡Compañía, ciudadanos, compañía!
El badajo sin la campana sería un machete represor,
un palo de mortero, un pisapapeles sin papel.
Y vayamos concluyendo.
Cuando decimos el mundo ¿estamos refiriéndonos a la Tierra?





Señorita Lu




Siempre la misma ceremonia a la hora del té,
y el mismo té para la misma ceremonia.
Idénticas palabras. Iguales cortesías.

Un pájaro ciego revolotea en nuestro cuarto
sin saber dónde pararse a descansar.
Las aguas que van cubriendo la ciudad
reducen en kilómetros su pista de aterrizaje,
y el té, ya sin tanta ceremonia,
se enfría irremediablemente, Señorita Lu.

El diálogo esperado será monólogo una vez más.

Ya se sabe que cuando algo muere,
algo cambia también en lo que queda vivo.

 




Recuerdos de un mes de junio



 Eras como una prima, pero desnuda
con tu mañanita de hilo peruano sobre los hombros
y las tetitas allí, apuntándome,
con tus venas como ríos en un mapa que no sabía interpretar.

Eras como una prima con olor a membrillos cocinándose,
con olor a prohibido y a la siesta
cuando los grandes duermen, el Diablo juega a la payana
y Dios te mira y se hace el desentendido.

Eras como una prima, pero mucho mejor
porque estabas desnuda y no eras una prima.






Granizo
(Un poema que no quería escribir)



Finalmente mi voz ha olvidado cómo se canta.
Relincha, ladra, himpla mi voz otrora melodiosa.
Asusta a los niños. Despierta a la recién casada
y la alerta. ¿Dónde está el marido de esta joven,
que debería dormir junto a ella,
mientras aúlla mi voz, ofensiva, doliente?

Tiemblan las ramas con una brisa de otro mundo
en esta siesta que amenaza ser eterna.
Todo es desconcierto en el olivar
cuando el otoño demora sus encantos.
Un lagarto decide dónde está el Oeste.
Una mujer vuelve del mercado
o de la piscina, da lo mismo.
Vuela un zorzal chiguanco en rigurosa desgana
al tiempo que una pareja de ancianos
duda entre ordenar su té con ensaimadas
o sentarse a esperar que llegue la muerte.

No, mi voz ya no sirve de consuelo.
Mi voz lleva a la risa, y te maldigo
por haberle echado llave a tanta historia,
a tanto paisaje que hoy termina en silencio.
Estoy muy enojado y ya con nadie compartiré mi vianda.
¡Que los aviones se estrellen en el horizonte de tu pecho!
¡Que las máquinas despedacen los terrones de tus piernas!
Que Dios no se tienda a descansar este domingo
sólo para alborotar tu pajarera
y que sepas lo que es bueno; es decir, lo que es malo.
Me he quedado sin voz para reproducir melodías
pero todo tiene sus compensaciones.
Ahora puedo leer el futuro y, a veces, hacer mi voluntad.
Por eso sé que a las 5 de la tarde se desatará el granizo
en la otra vereda de esta calle, en estricto desastre
sobre tu jardín, sobre tus recuerdos, sobre tu cama.






 Postal de antiguo destino




La piel de mi madre niña huele a jabón Heno de Pravia.
Con un plato de loza fina, llegado de no sé dónde,
va hasta el borde del camino a esperar al pescadero.
El hombre es un aborigen con atuendos prestados
(altísimo huarpe, inexpresivo como un tótem)
que viene de la laguna a cambiar por monedas
el fruto de su paciencia y de sus precarios anzuelos.
Las aguas de Guanacache, por entonces,
no han sido bebidas por la sed del desierto sanjuanino
y todavía son buenas para la pesca.
Mi madre dice “buen día” al extenderle el plato
y luego dice “adios” al retirarlo,
ninguna otra palabra le está permitida
a una niña de hogar valenciano en tierra de indios.
El olor a Heno de Pravia es una rareza en Cochagual
y esa niña del vestidito floreado huele a eso,
bajo los tamarindos que llevan a su casa.






Tierra tomada




Con los pies ateridos por el agua de deshielo
corro en busca de la llave que abrirá tus metáforas.
Como hija fiel de un cacique en acción de gracia
te niegas a cantar el himno una vez más,
y una vez más la dueña del colegio te sanciona.
“Cuando los colegios no tenían dueños, esto no pasaba”
le dice alguien al espacio donde antes hubo una persona.
“Cuando las estrellas eran parte de la tierra…”
empieza a decir tu padre
en su lengua llena de consonantes que nadie entiende,
mientras la directora insiste con sancionar a la niña.
Deberás desmalezar el jardín. Es tu penitencia,
tarea que ya conoces, Claro de Luna,
cada vez que recortas la fronda de tu pubis.
Hija de una página histórica del continente
tal vez hayas nacido para despedirte.
Y vuelven a dolerme los pies por el agua de deshielo
que no llega a las hornallas. Ni llegará.
Pequeña penitente, mensajera de mis sueños,
los piratas de esta tierra
están haciendo un lago
donde no podrás bañarte
para que naveguen libremente sus barquitos.

 



 La mirada cómplice



Párate frente al espejo
sin miedo, sin ropa, sin complejos.
Acomoda el orden vanidoso de tu pelo
con algún ademán copiado de tu padre.
Como si fueses tu hermano,
ensaya un gesto de vigor.
Aspira profundo. Mira de soslayo.
Perfúmate las axilas y no sufras.
Es tu madre quien te mira desde el espejo.
Todo está en orden.





De futuros jardines



“Tú eres la rosa que fue a nacer entre cardos,
como revancha.”
Joan Manuel Serrat



Llegabas en silencio
                            a la fiesta de los otros
con tu vestidito de supermercado
mucho más linda que todas
                                    aunque tan pobre,
humilde como un animalito
               abandonado en un jardín ajeno
diciendo “Permiso” sin abrir la boca,
diciendo “Disculpe”.
Nada había para disculparte.

Los ojos de esos hombres
que miraban siluetas a la moda
no te veían.
        Estabas allí, princesa, y no te veían.

Se arrepentirán con los años.





de Rogelio Ramos Signes, nacido en San Juan, reside en San Miguel de Tucumán.


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