"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.

domingo, 8 de julio de 2012

"lista de espera"... orlando van bredam...




                                                          (imagen de Misha Gordin)





Gente que explora



Y conoce vastos continentes virtuales
donde los homínidos tallan el silex
y fabrican armas
y avanzan entre colosales helechos
y a veces desembocan
frente a la melancolía de una lámpara de aceite
veinte mil años antes de  Jesucristo
y la historia
es un reducto de imágenes galopantes,
un túnel vertiginoso donde vamos a tientas;
hay otra gente, en cambio,
que explora la cercanía de un aliento,
la dulce curvatura de una sábana,
el precipicio en que el deseo
se desbarranca repetidas veces
o queda al borde de la histeria;
hay otros que prefieren
husmear entre los vecinos
los restos de una contienda casera,
los motines que nadie se reparte,
y están también aquellos
que indagan los límites
de su propia desdicha
y sueñan con su propia muerte
                                    y la ejecutan.




2

Yo soy de los que explora
sin obtener noticias,
la dudosa sincronía de los actos humanos,
el discurso que sostiene el mundo
y hace y deshace con nosotros
sus tramas más secretas.

Aquí está la calle que elegimos
Entre todas las calles posibles,
aquí la boca que besamos
entre todas las bocas que pudimos besar.

¿Qué nos lleva a explorar?
Porque hay gente que explora en la música
la sospechosa armonía de los astros,
mientras otros exploran en la piedra,
en las pinceladas,
en la velocidad, acaso,
tanta
          tanta
                      tanta
                   descomedida soledad atómica.

El Colorado, 2002





Ruta con liebres

                                       
                                “he sido, tal vez, una rama de árbol,
                                  una sombra de pájaro,
                                  el reflejo de un río…”
                                                           Juan L.Ortiz

El auto es la nave en que avanzamos en medio de la noche
como si fuéramos los únicos habitantes del universo
que se deshace
detrás de la luz de nuestros faros
y se rearma una y otra vez
con la misma celeridad de las liebres.
Así vamos y venimos
por esta ruta llena de pozos y  cráteres
y el tiempo inclina el silbido de las lechuzas
y a veces (como una ampolla en el asfalto)
hemos visto brotar el último oso hormiguero,
el recuerdo instantáneo de un tapir
que se empecina en ser. Vamos
como quien va a tientas con un bisturí
en una sala de operaciones
y sabe que la bala
puede deslizarse más allá de sus cálculos optimistas.

La vida cruje a nuestro alrededor
y siembra también anillos de silencio
que podemos escuchar
como una música escandalosa
                                     en plena noche.


2

Ahora han salido las liebres,
primero dudan en el umbral de la ruta
y después se cruzan decididas,
embrujadas por esa luz extraterrestre,
por esos retazos de fosforescencia
que incendian el lugar
y desaparecen con la velocidad de los fantasmas
(que cuelgan sus rotosas vestiduras
en un puente blanco)

 3

La luz inventa la ruta
y los caballos que pastan ahí cerca,
inventa los hormigueros gigantes
y desde luego,
también inventa este planeta, esta estepa sideral
(la ternura del rocío
que se desliza sobre el capot,
la música de una FM que pregunta
en medio de la noche
si dudamos sobre la existencia de Dios
y nos invita a dar un aleluya)


4

El auto sigue su marcha.
Ya no sabemos si vamos o venimos,
de dónde y hacia dónde,
ya no reconocemos origen ni destino,
sólo somos nuestro propio viaje,
condenados a una huida quieta
mientras el auto y las liebres se deslizan
por el agujero del tiempo.

    Ruta 81, año 2002




(...)

Jóvenes que emigran



Y se llevan lo mejor y lo peor de nosotros:
la música silenciosa y cálida del mate viajando entre las manos,
una esquina hecha de suspiros, la red de un arco de domingo,
pero también, claro, nuestras más incoloras esperanzas, nuestro
pobre sentido de la patria.
 
Emigran y cuando lo hacen
nos emigran también en sus recuerdos,
somos los humillados del sur preparados para humillar a otros
más humillados.
Entonces uno saca la silla a la vereda y el mate lo vuelve melancólico,
son esas horas del atardecer en que nada muere del todo
pero tampoco nada nace,
esos instantes en que las fotos caen de las manos
porque ya no hay alegría posible
ante tantos rostros muertos saludándonos en colores
desde una nación de emigrantes.

Todo emigra, amor, todo emigra, amigos, todo emigra.
Dos grados bajo cero dice la radio y no se equivoca,
siempre estamos debajo de los ceros, arrinconados en una pesadilla.
No hay heroicidad para estos trapos.
Sólo una desconsolada forma de ángel nos saluda, a veces,
tristemente.
Emigran jóvenes y emigran con ellos las sábanas desordenadas
y un rock que suena de pronto y atormenta
nuestras más secretas cavilaciones.
Nada colma tanto como este vacío en el que no contamos,
en que sólo somos
esa indecisa forma que se debate
entre la rutina y la gloria.
A veces sólo cuenta la gloria de un poema que no llegamos a escribir
y que tampoco nos animamos a decir en voz alta
porque la poesía es siempre un acto de locura encubierta.
Emigran los jóvenes y emigran con ellos
Nuestras últimas ilusiones de eternidad posible.

    El Colorado, 2001



(...)




Accidentes

                                                “time works like acid”
                                                    Jim Morrison

No sólo en las curvas fatales
que enflaquecieron nuestra adolescencia
si no también en aquellas otras
como esta curva de la ruta tres (noventa grados
de perplejidad y espanto)
para ser después:
                            volteretas
                            polvareda
                            estrépito de gritos enjaulados
                            sangre
                            chatarra
y desde luego: noticia.

Extrañamente cercana
golpeará en la frente de nuestros conocidos.
En la foto del diario
la tragedia será aún más nítida
que en la realidad,
arrastrará en su embestida
todo el peso de accidentes similares,
toda la dureza de los estereotipos,
ni siquiera la leve
melancolía de las lluvias oxidantes
sobre el carter partido,
ni mucho menos
la tímida suavidad del moho creciendo en el tapizado.
Tampoco sentirá pena
por la rápida vejez de una pintura
elegida acaso
después de largas discusiones de sobremesa.
Tampoco, desde luego,
Registrará el frenético replan de la memoria
un instante después de nuestra curva final ,
aquella puerta que abrimos (también por accidente)
mientras una prima innominable
desnudaba sus últimos caprichos,
sonreía en el espejo que perdonaba la penumbra
y entrábamos en ella
para no volver a ser los mismos,
ni siquiera en los sueños.


Ahora
y en la hora
 de nuestra curva última,
un instante antes o un instante después,
comprenderemos que la vida siempre llama por encima de la muerte,
justo cuando doblamos
para perdernos
                        en las más funestas asociaciones.

Ruta 3, 2001


(...)





Lista de espera



Casi siempre la vida
es una lista de espera,
una suma que antecede a todo movimiento,
escuadrones de mujeres y hombres que aguardan
de pie junto al titilante borde de una esperanza
el fiel incumplimiento de los días,
la certeza de que nada será cierto,
la caricia involuntaria de la desdicha, la maquinaria triunfal
de sus batallas interiores,
la melancólica caspa que ha comenzado
a acumularse sobre los hombros
y también, por qué no, esa alegría lluviosa y descarada
que hemos sabido proteger de las esperas.


En esta lista de espera somos algo
que ha sido condenado ha ser seis números, dos letras y un teléfono
entre el Cielo y el Infierno,
acaso un corazón desheredado, un sístole y un diástole de arena.

Hay listas de espera
para viajar hacia el porvenir de nuestra infancia,
hacia esas tibias construcciones que hemos hecho
falsificando los recuerdos de los otros.

Hay listas de espera para volver a la casa
que nunca hemos tenido y que evocamos,
para asesinar y asesinarnos, para sentarnos en el umbral
de nuestras culpas
y ver pasar, solemne, nuestro propio cadáver.


El Colorado, 26 de mayo de 2001.





Orlando Van Bredam, enrerriano, reside en El Colorado, provincia de  Formosa.

Poemas de la serie "Lista de espera".

2 comentarios:

  1. es un revelado puro, sin interferencias de visiones turbias ni más o menos opacas: poesía de la revelación transparente de la verdad. si lo lee orlando, enhorabuena para él. y a vos cata, gracias por traerlo.

    ResponderEliminar
  2. y vos que no sos cualquier lectora, gaby poeta. orlando va a leer.

    ResponderEliminar